Las
rendijas de la ventana apenas dejaban pasar unos rayos de luz, estaba tapiada y
demasiado alta como para intentar alcanzarla. Estaba tumbada en las mantas que
le servían de cama. Sus grises y apagados ojos se perdían mas allá del techo y
el pelo se alborotaba alrededor de la cabeza. En el pasado había sido una bella
mujer, de viva mirada y piel suave, pero aquellos horribles experimentos la habían
deteriorado.
La puerta
se abrió de golpe, había llegado la hora de la “medicina”, el hombre entró y
dejó al lado de la mujer un tarro con tres pastillas y un vaso de agua, luego
murmuró algo en su idioma y salió cerrando tras de sí con un fuerte portazo. El
ruido retumbaba aun en la habitación cuando un brillo fugaz cruzó los grises
ojos de la mujer, el momento había llegado. Se incorporó y cogió el tarro,
luego revolvió entre las mantas hasta dar con otro tarro más grande, repleto de
pastillas. Una sonrisa cruzo su rostro, todo aquello iba a terminar. Fue tragando
con ayuda del agua las pastillas, todo lo rápido que pudo. Notó que su cuerpo
se adormilaba, pero aun quedaban algunas pastillas, haciendo un esfuerzo se las
metió en la boca y las trago con lo que quedaba de agua. Luego se recostó y se
hizo un ovillo entre las mantas, poco a poco fue perdiendo la consciencia
mientras pasaban en su mente imágenes y recuerdos del mundo exterior, verdes
praderas, cielos azules, noches llenas de estrellas… una lagrima salió de sus
ojos y recorrió su cara hasta mezclarse con la espuma que empezaba a brotar de
sus labios. Lentamente su corazón y su cerebro se detuvieron y lo único que
quedó de ella fue la sombra de su última sonrisa.
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