Escuché
el ruido de una puerta abriéndose, me oculté tras una columna; las luces se
encendieron y pude ver a los hombres saliendo de una sala, el violinista ya no
iba con ellos, montaron en el coche y se fueron. Esperé escondida tras la
columna hasta que el ruido del motor desapareció, me dirigí a la puerta de
metal por la que habían salido, pero estaba cerrada con llave. Miré alrededor,
vi una vara de hierro tirada en una
esquina, la cogí, era obvio que aquellos hombres no tenían buenas intenciones,
debía estar preparada. Volví a la puerta y llamé, nadie contestó, intenté
escuchar pero no parecía que hubiera nadie, alcé la vara y arremetí contra la puerta, esta se
estremeció y se abolló, pero no terminó de abrirse, volví a golpearla, una y
otra vez, y al fin cedió y cayó pesadamente al suelo. La sala era una especie
de habitación con una cama a un lado y al otro una mesa y algunas sillas;
encendí la luz y vi que en la cama estaba el violinista, tenía los ojos
cerrados y el pelo desordenado, un pequeño hilo de sangre seca le salía de la
nariz, estaba completamente inmóvil. No había nadie más, me abalancé hacia él,
solté la vara junto a la cama, le observé
de cerca, comprobé su pulso. Ahí estaba, el suave ritmo de su corazón
era lento pero constante, también pude notar que su pecho se movía lentamente
arriba y abajo, respiraba. Le puse la mano en la frente, tenía un poco de
fiebre. Recordé que había echado una botella de agua en la mochila antes de
salir y la saqué, le limpié la sangre de la cara, tenía la boca seca, intenté
que bebiera agua; al principio no reaccionó, pero luego comenzó a tragar
ávidamente. Luego abrió los ojos, se clavaron en mí con una mezcla de alivio y
sorpresa. Se incorporó lentamente.
— ¿Dónde
estamos?
—No…no
lo tengo muy claro, la verdad.
— ¿Qué
haces aquí?
—Es
que…esos hombres te cogieron…no podía quedarme allí sin hacer nada…
—Te…te
has puesto en peligro…por mi culpa— una extraña tristeza invadió su mirada.
— ¿Qué
quieren de ti? —le pregunté intentando cambiar de tema.
—Bueno…yo…soy
el hijo del director de una famosa empresa, él tiene mucho dinero y supongo que
ellos quieren un rescate. Aunque no creo que consigan mucho— su ánimo decayó
aun más.
—Salgamos
de aquí antes de que vuelvan.
Le
ayudé a levantarse, la luz de fuera se había apagado ya. Cogí la vara de
hierro. Salimos a tientas y subimos por donde yo había entrado. No sabía cómo
íbamos a salir de allí, la puerta del garaje estaría cerrada y en la oscuridad
no podíamos buscar le manera de abrirla, pero no dije nada. Cuando llegamos
allí, comprobé que, efectivamente, estaba cerrada, me quedé pensativa.
—
¿Sabes cómo abrirlo?— le pregunté.
—
No— murmuró.
De
pronto escuchamos el ruido de un motor.
— ¡Al
suelo! — le dije en voz baja.
Nos
acurrucamos en una esquina, ocultos tras unas cajas; el mecanismo de la puerta
comenzó a funcionar, esta se fue abriendo poco a poco y una tenue luz comenzó a
inundar la entrada. Me di cuenta de que estaba sobre el violinista, abrazada
fuertemente a él. Le miré. Su cara estaba muy muy cerca, mirándome fijamente.
—Gracias—
susurró — sabía que eras especial, sabía
que no eras como las demás. Cuando te vi por primera vez tuve la
impresión de que ibas a ser la mujer más importante de mi vida.
—Yo…—me
sonrojé— yo también lo pensé. Tu música era algo más que una melodía, podía
sentir como dejabas salir a través de ella tu alma, tus sentimientos…—oímos el motor
del coche internándose en el garaje— debemos darnos prisa.
Nos
levantamos sigilosamente y nos escabullimos hacia la calle, la puerta del
garaje se cerró tras nosotros. Me detuve un momento para recordar el camino que
había hecho antes y luego los dos salimos corriendo. Debíamos alejarnos lo más
posible antes de que descubrieran la fuga del violinista y eso no nos dejaba
mucho tiempo. Haciendo un gran esfuerzo fui desandando el camino. Al girar una
esquina, me encontré con la bicicleta que yo misma había abandonado poco tiempo
antes, “¡Genial!” pensé, pero entonces oímos el ruido de un motor acercándose a
toda velocidad, nos escondimos tras unos cubos de basura, temblando, el coche
pasó a nuestro lado pero no pareció percatarse de nuestra presencia. Esperamos
un tiempo prudencial y salimos de nuestro escondite, me monté en la bicicleta y
él subió tras de mí, aun estaba débil. Pedaleé con todas mis fuerzas.
Al
fin salimos a una calle principal y pude orientarme correctamente, “un lugar
seguro” me dije para mis adentros “¿Dónde podríamos ir?”
— ¿Puedes
ir hasta el Mandarake? —me dijo
—Sí —dije
tras calcular mentalmente el trayecto
—Es
la tienda de un amigo mío, nos ayudará.
Esquivé
personas y torcí esquinas a toda velocidad hasta que llegamos a la tienda. Entramos,
el dependiente se acercó a nosotros.
— ¿Puedes
ir a buscar a Neku? Soy un viejo amigo suyo.
Nos
miró y luego fue a la trastienda.
—Por
cierto…— le dije—aun no se tu nombre.
—Jack,
¿y tú? — la sonrisa había vuelto a su rostro.
—Victoria.
—Mmm…—
se quedó pensativo— tu nombre me es familiar, ¿seguro que no nos conocemos?
Lo
pensé por un momento pero, antes de que me diera tiempo a contestar, el
dependiente llegó seguido de una extraña persona. Era un chico apuesto, su pelo
negro crecía despeinado, tenía un ojo marrón y el otro azul y sus ropas estaban
muy fuera de lo común, sin embargo, se veían naturales en él.
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