—Las
voces me dicen que queme cosas—dijo con los ojos enrojecidos y llorosos
mientras se cubría las orejas con las manos— pero en realidad quieren que mate
gente.
Y aquellas
fueron sus últimas palabras antes de que aquellos enfermeros le pusieran la
camisa de fuerza y la llevaran al manicomio.
A las
dos semanas, había intentado suicidarse tres veces y había herido a cuatro
pacientes, así que la aislaron en una sala acolchada, mas no lo hubieran hecho
si hubieran sabido las intenciones de la perturbada joven. Cuando las luces se
apagaron aquella noche ella no durmió. Se acercó a las paredes y acarició con
su mejilla la suave y mullida superficie de la pared, cuya función era
protegerla de ella misma y que, sin embargo, serviría para algo muy distinto. Apoyó
la espalda y se dejó caer por la pared hasta quedar sentada en el suelo,
rebuscó entre sus ropas, escondido en lugares indecentes se hallaba su fiel
mechero. Nadie entendió como había conseguido colarlo, pero ya no tenía
remedio, el mechero se encendió y prendió las paredes, el suelo y el techo, la
sala ardió mientras ella reía. Las nostálgicas carcajadas, contenidas por tanto
tiempo salían de su garganta y su cuerpo ardió quedando reducido a cenizas al
igual que el resto de la sala y dos guardias despistados que no supieron
reaccionar a tiempo.
Al final hizo las dos cosas: quemó cosas y mató gente ¡Qué autoridad la de las voces!
ResponderEliminar