Hacía
tanto tiempo que no lloraba, que había perdido la capacidad de hacerlo. Había intentado
ser más fuerte, había procurado no mostrar su debilidad, pero aquello solo había
conseguido que su frustración, su dolor y sus pensamientos quedaran encerrados
en su interior, el muro que había construido para protegerse del exterior era
ahora su cárcel y se inundaba poco a poco, ahogando cada vez más su corazón, su
mente. A veces no podía respirar, sentía una presión insoportable en el pecho,
sentía ganas de vaciar aquel mar de dolor, de secarlo a base de lágrimas. A menudo,
quizás más de lo que debería, aliviaba la presión con una pequeña cuchilla de
afeitar antigua que había encontrado en un cajón y que llevaba siempre consigo,
el escozor de sus heridas calmaba por unos momentos los verdaderos problemas
que ocultaba. A pesar de todo era demasiado débil para llegar hasta el final,
para dejar que su sangre fluyera libre. No temía a la muerte pero era incapaz
de llamarla directamente, había empezado a fumar hacia unos mese y aquello la
relajaba momentáneamente pero a la vez se odiaba por hacer lo que siempre había
recriminado a su familia.
Aquel
día estaba especialmente deprimida, durante las clases había estado totalmente
ausente y no paraban de rondarle por la cabeza todos los asuntos no resueltos
que inundaban su interior, algunos eran concretos, pero de otros solo era
consciente de la sensación que dejaban y estos eran los que más le afectaban,
el no saber lo que le rondaba por la cabeza producía una doble desazón en su
interior. Cuando el sonido del timbre recorrió las aulas, recogió sus cosas y
se marchó. Aun quedaban algunas horas de clase pero no podía mas, sus piernas
actuaron por voluntad propia. Su cerebro había colapsado y su cuerpo se movía
por instinto. Salió de aquel gris edificio y caminó sin rumbo aparente, dejó
caer la mochila y la abandonó, siguió vagando por las calles hasta que llegó a
las afueras de la ciudad. Se acercó poco a poco a las vías del tren, que
rodeaban la ciudad, ella solía ir allí cuando no podía más, cuando sentía que debía
desconectar de todo, se sentaba en la pradera cerca de las vías y observaba
pasar los trenes. Aquella vez fue diferente, no se detuvo, continuó caminando
hasta subir a las vías y e tumbó dejando caer las piernas por un lado y
apoyando la cabeza en el metal. Cerró los ojos. Como si se hubiese desenchufado
de repente relajó todo el cuerpo y quedó semidormida respirando levemente. Las vías
comenzaron a vibrar, ella abrió los ojos y observo las nubes, pero pronto dejó
de verlas ya que sus lágrimas comenzaron a brotar e invadieron sus ojos y
corrieron por sus mejillas, terminando en el frío metal de las vías. Al fin, su
dolor terminaría, allí, en aquel momento. No pudo evitar que una sonrisa de
alivio recorriera su rostro justo antes de que la pesada máquina del tren de mercancías
la destrozara y repartiera trozos de cráneo, sesos y sangre por los alrededores
de la vía, tiñendo de rojo la verde hierba que antes cubría la pradera.
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