El
sol se alzaba ya entrada la mañana y dos jóvenes señoritas, sentadas en unas
escaleras y presas del aburrimiento, incordiaban sin miramientos a los
transeúntes exclamando “¡¡buenas noches!!, ¡buenas noches, señor!, ¡buenas
noches, señora!” a viva voz y riendo después con estridente risa. Mas pasó
entonces un hombre, vestido de traje con sombrero de copa y monóculo, y ellas
exclamaron “¡Buenas noches, señor!” y él se detuvo y respondió “buenas son, sin
duda, mas cuando el amanecer se alce, la oscuridad se cernirá sobre la tierra y
los delfines, de los colores de las rosas y la hierba bien cuidada, se alzarán
en el cielo y dominara, junto a los hipocampos multicolores, la humanidad.” Y tras
exclamar esto, dejando boquiabiertas a las jóvenes, un rayo cruzó el cielo y un
trueno le siguió. Y el hombre reanudó su camino al tiempo que la lluvia
comenzaba a caer, mas no era agua lo que llovía si no virutas de chocolate que,
en cuestión de minutos, cubrieron las calles. Los niños gritaban de alegría mientras
que las señoras alzaban sus voces con horror al ver sus impolutos vestidos
empapados en chocolate. Y, de pronto, la lluvia cesó, las nubes marrones se
abrieron dejando ver un arcoíris en escala de grises en el cielo amarillo de la
tarde.
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