Todo
aquello estaba acabando con ella, se preguntaba que habría hecho para que el
universo la castigara de aquella manera. Sentada en aquel banco, en medio de
aquel parque desierto, rodeada de arboles, las lagrimas recorrían sus mejillas
y su expresión se deformaba por el llanto. Entre sus blancas manos sostenía una
pequeña pistola. Estaba cargada, ella misma había metido en la recamara cada
pequeña bala hasta llenarla por completo.
Se estaba
perdiendo a sí misma, y aquello era lo único que le quedaba, a había perdido
todo lo demás. Solo tenía con ella su arrepentimiento por que, al fin y al cabo, todo aquello era culpa suya,
de sus errores, de sus decisiones. No tenía sentido echarle las culpas al destino
o l universo, ya que ella misma se lo había buscado.
Y, si
ella se había metido allí, ella era la única que podría librarla de aquel
sufrimiento. Solo quedaba una salida. Quizás era algo radical, pero era su último
recurso, ya no tenía nada por lo que luchar allí. Alzó lentamente el arma de
sus rodillas la colocó en su sien. Una gota
callo en su mano y fue seguida de otra y otra y otra más, de pronto llovía a
raudales.
Se escucho
un disparo, el golpe seco del cuerpo contra el suelo y el batir de alas de
cientos de aves que huían asustadas por el fuerte ruido. La sangre brotaba
creando un charco y empapando el negro pelo de la joven y, por primera vez en
mucho tiempo, la sombra de una sonrisa cruzaba su cara.
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