jueves, 24 de enero de 2013

Sonrisas 5ª parte


Hacía tanto tiempo que no lloraba, que había perdido la capacidad de hacerlo. Había intentado ser más fuerte, había procurado no mostrar su debilidad, pero aquello solo había conseguido que su frustración, su dolor y sus pensamientos quedaran encerrados en su interior, el muro que había construido para protegerse del exterior era ahora su cárcel y se inundaba poco a poco, ahogando cada vez más su corazón, su mente. A veces no podía respirar, sentía una presión insoportable en el pecho, sentía ganas de vaciar aquel mar de dolor, de secarlo a base de lágrimas. A menudo, quizás más de lo que debería, aliviaba la presión con una pequeña cuchilla de afeitar antigua que había encontrado en un cajón y que llevaba siempre consigo, el escozor de sus heridas calmaba por unos momentos los verdaderos problemas que ocultaba. A pesar de todo era demasiado débil para llegar hasta el final, para dejar que su sangre fluyera libre. No temía a la muerte pero era incapaz de llamarla directamente, había empezado a fumar hacia unos mese y aquello la relajaba momentáneamente pero a la vez se odiaba por hacer lo que siempre había recriminado a su familia.

Aquel día estaba especialmente deprimida, durante las clases había estado totalmente ausente y no paraban de rondarle por la cabeza todos los asuntos no resueltos que inundaban su interior, algunos eran concretos, pero de otros solo era consciente de la sensación que dejaban y estos eran los que más le afectaban, el no saber lo que le rondaba por la cabeza producía una doble desazón en su interior. Cuando el sonido del timbre recorrió las aulas, recogió sus cosas y se marchó. Aun quedaban algunas horas de clase pero no podía mas, sus piernas actuaron por voluntad propia. Su cerebro había colapsado y su cuerpo se movía por instinto. Salió de aquel gris edificio y caminó sin rumbo aparente, dejó caer la mochila y la abandonó, siguió vagando por las calles hasta que llegó a las afueras de la ciudad. Se acercó poco a poco a las vías del tren, que rodeaban la ciudad, ella solía ir allí cuando no podía más, cuando sentía que debía desconectar de todo, se sentaba en la pradera cerca de las vías y observaba pasar los trenes. Aquella vez fue diferente, no se detuvo, continuó caminando hasta subir a las vías y e tumbó dejando caer las piernas por un lado y apoyando la cabeza en el metal. Cerró los ojos. Como si se hubiese desenchufado de repente relajó todo el cuerpo y quedó semidormida respirando levemente. Las vías comenzaron a vibrar, ella abrió los ojos y observo las nubes, pero pronto dejó de verlas ya que sus lágrimas comenzaron a brotar e invadieron sus ojos y corrieron por sus mejillas, terminando en el frío metal de las vías. Al fin, su dolor terminaría, allí, en aquel momento. No pudo evitar que una sonrisa de alivio recorriera su rostro justo antes de que la pesada máquina del tren de mercancías la destrozara y repartiera trozos de cráneo, sesos y sangre por los alrededores de la vía, tiñendo de rojo la verde hierba que antes cubría la pradera.

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