jueves, 27 de diciembre de 2012

Sonrisas 3ª parte


Las rendijas de la ventana apenas dejaban pasar unos rayos de luz, estaba tapiada y demasiado alta como para intentar alcanzarla. Estaba tumbada en las mantas que le servían de cama. Sus grises y apagados ojos se perdían mas allá del techo y el pelo se alborotaba alrededor de la cabeza. En el pasado había sido una bella mujer, de viva mirada y piel suave, pero aquellos horribles experimentos la habían deteriorado.
La puerta se abrió de golpe, había llegado la hora de la “medicina”, el hombre entró y dejó al lado de la mujer un tarro con tres pastillas y un vaso de agua, luego murmuró algo en su idioma y salió cerrando tras de sí con un fuerte portazo. El ruido retumbaba aun en la habitación cuando un brillo fugaz cruzó los grises ojos de la mujer, el momento había llegado. Se incorporó y cogió el tarro, luego revolvió entre las mantas hasta dar con otro tarro más grande, repleto de pastillas. Una sonrisa cruzo su rostro, todo aquello iba a terminar. Fue tragando con ayuda del agua las pastillas, todo lo rápido que pudo. Notó que su cuerpo se adormilaba, pero aun quedaban algunas pastillas, haciendo un esfuerzo se las metió en la boca y las trago con lo que quedaba de agua. Luego se recostó y se hizo un ovillo entre las mantas, poco a poco fue perdiendo la consciencia mientras pasaban en su mente imágenes y recuerdos del mundo exterior, verdes praderas, cielos azules, noches llenas de estrellas… una lagrima salió de sus ojos y recorrió su cara hasta mezclarse con la espuma que empezaba a brotar de sus labios. Lentamente su corazón y su cerebro se detuvieron y lo único que quedó de ella fue la sombra de su última sonrisa.

jueves, 20 de diciembre de 2012

El Violinista 2ª parte


Escuché el ruido de una puerta abriéndose, me oculté tras una columna; las luces se encendieron y pude ver a los hombres saliendo de una sala, el violinista ya no iba con ellos, montaron en el coche y se fueron. Esperé escondida tras la columna hasta que el ruido del motor desapareció, me dirigí a la puerta de metal por la que habían salido, pero estaba cerrada con llave. Miré alrededor, vi  una vara de hierro tirada en una esquina, la cogí, era obvio que aquellos hombres no tenían buenas intenciones, debía estar preparada. Volví a la puerta y llamé, nadie contestó, intenté escuchar pero no parecía que hubiera nadie, alcé la vara  y arremetí contra la puerta, esta se estremeció y se abolló, pero no terminó de abrirse, volví a golpearla, una y otra vez, y al fin cedió y cayó pesadamente al suelo. La sala era una especie de habitación con una cama a un lado y al otro una mesa y algunas sillas; encendí la luz y vi que en la cama estaba el violinista, tenía los ojos cerrados y el pelo desordenado, un pequeño hilo de sangre seca le salía de la nariz, estaba completamente inmóvil. No había nadie más, me abalancé hacia él, solté la vara junto a la cama, le observé  de cerca, comprobé su pulso. Ahí estaba, el suave ritmo de su corazón era lento pero constante, también pude notar que su pecho se movía lentamente arriba y abajo, respiraba. Le puse la mano en la frente, tenía un poco de fiebre. Recordé que había echado una botella de agua en la mochila antes de salir y la saqué, le limpié la sangre de la cara, tenía la boca seca, intenté que bebiera agua; al principio no reaccionó, pero luego comenzó a tragar ávidamente. Luego abrió los ojos, se clavaron en mí con una mezcla de alivio y sorpresa. Se incorporó lentamente.
— ¿Dónde estamos?
—No…no lo tengo muy claro, la verdad.
— ¿Qué haces aquí?
—Es que…esos hombres te cogieron…no podía quedarme allí sin hacer nada…
—Te…te has puesto en peligro…por mi culpa— una extraña tristeza invadió su mirada.
— ¿Qué quieren de ti? —­le pregunté intentando cambiar de tema.
—Bueno…yo…soy el hijo del director de una famosa empresa, él tiene mucho dinero y supongo que ellos quieren un rescate. Aunque no creo que consigan mucho— su ánimo decayó aun más.
—Salgamos de aquí antes de que vuelvan.
Le ayudé a levantarse, la luz de fuera se había apagado ya. Cogí la vara de hierro. Salimos a tientas y subimos por donde yo había entrado. No sabía cómo íbamos a salir de allí, la puerta del garaje estaría cerrada y en la oscuridad no podíamos buscar le manera de abrirla, pero no dije nada. Cuando llegamos allí, comprobé que, efectivamente, estaba cerrada, me quedé pensativa.
— ¿Sabes cómo abrirlo?— le pregunté.
— No— murmuró.
De pronto escuchamos el ruido de un motor.
— ¡Al suelo! — le dije en voz baja.
Nos acurrucamos en una esquina, ocultos tras unas cajas; el mecanismo de la puerta comenzó a funcionar, esta se fue abriendo poco a poco y una tenue luz comenzó a inundar la entrada. Me di cuenta de que estaba sobre el violinista, abrazada fuertemente a él. Le miré. Su cara estaba muy muy cerca, mirándome fijamente.
—Gracias— susurró — sabía que eras especial, sabía  que no eras como las demás. Cuando te vi por primera vez tuve la impresión de que ibas a ser la mujer más importante de mi vida.
—Yo…—me sonrojé— yo también lo pensé. Tu música era algo más que una melodía, podía sentir como dejabas salir a través de ella tu alma, tus sentimientos…—oímos el motor del coche internándose en el garaje— debemos darnos prisa.
Nos levantamos sigilosamente y nos escabullimos hacia la calle, la puerta del garaje se cerró tras nosotros. Me detuve un momento para recordar el camino que había hecho antes y luego los dos salimos corriendo. Debíamos alejarnos lo más posible antes de que descubrieran la fuga del violinista y eso no nos dejaba mucho tiempo. Haciendo un gran esfuerzo fui desandando el camino. Al girar una esquina, me encontré con la bicicleta que yo misma había abandonado poco tiempo antes, “¡Genial!” pensé, pero entonces oímos el ruido de un motor acercándose a toda velocidad, nos escondimos tras unos cubos de basura, temblando, el coche pasó a nuestro lado pero no pareció percatarse de nuestra presencia. Esperamos un tiempo prudencial y salimos de nuestro escondite, me monté en la bicicleta y él subió tras de mí, aun estaba débil. Pedaleé con todas mis fuerzas.
Al fin salimos a una calle principal y pude orientarme correctamente, “un lugar seguro” me dije para mis adentros “¿Dónde podríamos ir?”
— ¿Puedes ir hasta el Mandarake? —me dijo
—Sí —dije tras calcular mentalmente el trayecto
—Es la tienda de un amigo mío, nos ayudará.
Esquivé personas y torcí esquinas a toda velocidad hasta que llegamos a la tienda. Entramos, el dependiente se acercó a nosotros.
— ¿Puedes ir a buscar a Neku? Soy un viejo amigo suyo.
Nos miró y luego fue a la trastienda.
—Por cierto…— le dije—aun no se tu nombre.
—Jack, ¿y tú? — la sonrisa había vuelto a su rostro.
—Victoria.
—Mmm…— se quedó pensativo— tu nombre me es familiar, ¿seguro que no nos conocemos?
Lo pensé por un momento pero, antes de que me diera tiempo a contestar, el dependiente llegó seguido de una extraña persona. Era un chico apuesto, su pelo negro crecía despeinado, tenía un ojo marrón y el otro azul y sus ropas estaban muy fuera de lo común, sin embargo, se veían naturales en él. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

Sonrisas 2ª parte


Miró a su alrededor, había perdido a sus perseguidores, pero sabía que pronto la encontrarían. El camino que había seguido terminaba abruptamente en un alto precipicio. Se asomó, no podía ver el fondo, una densa niebla lo cubría, pero había mucha caída, era una muerte segura.
Comenzó a escuchar pasos  gritos a lo lejos, casi la habían alcanzado. Sabía que lo que ellos querían hacerle era peor de lo que pudiera imaginar. Se encontraba allí, a un paso de la muerte, y ni siquiera dudo por un momento, se colocó de espaldas al abismo y, justo cuando el primer hombre llegó a su vista, sin darles tiempo a acercarse para impedírselo, sonrió, alzó los brazos al cielo y se dejó caer en las garras de la muerte. Sus ojos se iluminaron y, consciente de su precipitado final, se sintió libre al fin desde que llegara a aquel despiadado mundo no más cruel que la propia muerte

jueves, 6 de diciembre de 2012

El Violinista 1ª parte


Apenas tenía diecisiete años en ese entonces. Todos los días, en el instituto, tenía una hora libre y, para pasar el tiempo, me iba a la estación de autobuses y me sentaba en la sala de espera. Allí, en el centro de la sala, entre los bancos, había un violinista. Era un joven genio, me encantaba su música. Así que todos los días iba allí y me sentaba a escucharle durante una hora, a veces incluso me saltaba clases para quedarme más tiempo.  El violinista era más o menos de mi edad, puede que un poco mayor, tenía el pelo de color café y le caía bellamente sobre los hombros; sus ojos eran de un hermoso color verde oscuro, dulces y cálidos; se iluminaban cuando tocaba y mostraban fielmente los sentimientos de la música.
La gente cambiaba, pero él siempre seguía allí, erguido, tocando bellas canciones para entretener a la gente de paso, y yo siempre allí, observándole, sin darme cuenta, quizás, de que estaba siendo absorbida inconscientemente por él. Nuestros ojos se encontraban a veces, y entonces yo bajaba la mirada ruborizada y él se giraba turbado.
Aquel día la estación estaba especialmente abarrotada y viajeros con prisa corrían de aquí para allá. Una mujer pasó a su lado, empujando el atril que sujetaba sus partituras; los papeles salieron volando y se esparcieron  por el suelo. La mujer se disculpó con un fugaz “lo siento”  y siguió corriendo, sin detenerse si quiera un momento, yo me levanté y comencé a recoger las partituras, la música se había detenido, él también recogía partituras, me agaché a por la ultima hoja que quedaba en el suelo, el titulo rezaba: “FRITZ KREISLER - Liebeslied”. Cuando me levanté me encontré de frente con aquellos bellos ojos verdes y con una sonrisa perfecta me dijo “Gracias”.
En aquel momento se me detuvo el corazón, dejó de latir por un instante, supe que él era el hombre al que amaba, al que amaría siempre, pero yo era cobarde en ese entonces. Me sonrojé, “de nada” le dije y, temblando, me senté otra vez. Él colocó sus partituras y  comenzó a tocar otra vez, la pieza era la de la última partitura que yo había recogido. Me estremecí, temblando miré la hora, me di cuenta de que debía irme, pero aquella canción era para mí, lo notaba. Aquella vez él no dejó de mirarme, la ternura de sus ojos aumentaba  y me atrapó con su mirada, me perdí en aquellos ojos verdes, me quedé inmóvil y dejé que la música fluyera, que entrara en mi interior. La última nota vibró un momento en el aire y luego se apagó como la llama de una vela. Sentí que me ahogaba y me di cuenta de que había dejado de respirar; tomé aire y el hechizo se desvaneció. Me levanté, intentando mantener la calma, y salí a la calle. Cuando estuve fuera de su campo de visión, no pude aguantar más y salí corriendo hacia mi instituto. No pude concentrarme en las clases, en mi mente solo estaban aquellos ojos verdes, esa perfecta sonrisa y podía escuchar en mis pensamientos aquella hermosa melodía.
Al día siguiente volví a la estación. Cuando estaba entrando vi que el violinista se alejaba del asiento donde siempre me sentaba yo, cuando me acerqué vi que había un papel en mi sitio, lo cogí y me senté, era la partitura de “Liebeslied”, me sonrojé. Me di cuenta de que había algo escrito en la otra cara del papel,  le di la vuelta, “mañana a las 5:30 en la puerta de la estación”, lo releí incrédula, no podía creer que aquello fuese verdad. Le miré, sus ojos me confirmaron que aquella nota era para mí y no para cualquier otra, me sonrojé.
Aquel día apenas pude concentrarme en la música, estaba demasiado turbada, y la hora de marcharme llegó de pronto. En clase, aquel día, tampoco pude prestar atención. Durante toda la tarde estuve encerrada en mi habitación, leyendo y releyendo, una y otra vez, aquella nota mientras escuchaba la hermosa melodía de la partitura.
Salí de mi casa, me dirigí a la estación. A las 5:20 ya estaba en el lugar acordado, me oculté tras unos arbustos, quería ver cuáles eran sus intenciones, escondida allí le vi llegar, llevaba una rosa en la mano; se quedó de pie en frente de la puerta y miraba alrededor ¡era tan adorable! Se percibía el nerviosismo en sus verdes ojos que se movían inquietos de aquí para allá y se apartaba el cabello de la cara una y otra vez. Ya eran y media así que salí de los arbustos sin que me viera y me dirigí hacia él; me miró, sus ojos se iluminaron de felicidad. Tras él había dos hombres vestidos completamente de negro, uno de ellos alzó la mano y le golpeó en la nuca, el violinista se desmayó y antes de que cayera al suelo el otro hombre le cogió y le arrastró hasta un coche cercano. Yo me había quedado helada y no pude reaccionar, aunque tampoco habría sabido qué hacer. Cuando cerraron las puertas del coche, yo salí corriendo hacia él, pero se puso en marcha y se mezcló rápidamente con el tráfico. Le seguí, sería una tontería descubrirme ahora por lo que corrí tras él intentando disimular. Se detuvo en un semáforo, lo que me dio tiempo a alcanzarlo, luego se puso en marcha de nuevo.
— ¡Hola!—un chico de mi clase me había visto, iba en una bicicleta y se había parado a mi lado.
— Tengo…un poco de prisa, ¿puedes dejarme tu bici? Te la devolveré, lo prometo— le dije suplicante y casi sin aliento.
—Vale— me dijo sorprendido— ten— me dio la bicicleta y me miró extrañado.
—¡¡¡Muchas gracias!!!—exclamé.
Me monté en la bicicleta, localicé el coche entre los otros y pedalee con todas mis fuerzas para alcanzarlo, por suerte  había algo de tráfico y pude seguirlo, aunque con dificultad, por las calles de la ciudad. Empezó a meterse por calles más estrechas, desiertas, era demasiado sospechosa así que deje la bicicleta apoyada en una esquina y pedí perdón interiormente al chico que me la había prestado; fui ocultándome tras los contenedores, las esquinas y los escasos coches aparcados.
El coche se detuvo frente a una puerta de un garaje. La puerta empezó a abrirse y el coche desapareció dentro, en la oscuridad. Me acerqué y en el último momento me colé antes de que se cerrara. Cuando la última rendija de luz desapareció, me sumergí en la más absoluta obscuridad por unos momentos, hasta que mis ojos se acostumbraron y pude distinguir vagamente el camino; palpando la pared avancé, bajando. Cada vez era capaz de percibir con mayor nitidez el camino, llegué a un garaje completamente vacío, salvo por el coche negro que había estado siguiendo, me acerqué sigilosamente y me asomé por la ventanilla, pero ya no había nadie dentro.