Una
preciosa libélula de fuertes colores chillones revoloteaba observando, desde el
andén, los trenes llegar. Un enorme vagón lleno de luces y letreros luminosos
pasó veloz frente a ella y, al fin, su tren llegó.
Por
la ventana veía campos y ríos de chocolate, luces y letreros luminosos y un
caleidoscópico cielo lleno de leones, todo se movía de un lado a otro sin
lógica alguna, cambiaba de tamaño, de color, de forma… sin control y la
libélula se agitaba nerviosa por llegar a su destino.
El
tren se detuvo y ella salió y se adentró en la tienda, completamente a oscuras,
las únicas luces eran miles de cuchillos fluorescentes que flotaban por todas
partes, cada uno de un color y una forma absolutamente únicos.
La
libélula quedó inmóvil en el aire, el silencio lo invadió todo. Parecía que la
oscuridad se cerraba cada vez más, como si quisiera engullirlo todo. De pronto
un suave y lejano zumbido apareció, rápidamente fue creciendo, se acercaba. Y
millones de escarabajos de luminosos colores invadieron en cuestión de
milésimas todo el lugar, llenándolo todo de ruido y luz, haciendo retroceder la
oscuridad y el silencio de aquella extraña tienda.