domingo, 5 de agosto de 2012

Ilusiones


Llegó a su casa, tarde, después de un largo día. Se internó en la oscuridad y llegó a tientas a  la cocina, bebió agua y luego palpo la pared hasta dar con la puerta del baño. Cuando la abrió, la escasa luz que entraba desde la ventana, apenas le dejaba ver las cortinas de la bañera casi completamente cerradas, y se reflejaban vagamente en el espejo. Encendió la luz, y un torrente de imágenes inundó sus ojos, marcas de manos ensangrentadas en el espejo,  la bañera casi rebosante de lo que parecía sangre diluida en agua, medio flotando asomaba una cabellera, que bien podría ser la de su madre, y algunas partes de un cuerpo humano. Sacudió la cabeza y abrió los ojos, la monótona oscuridad del baño continuaba invariable,  las cortinas se mecían suavemente con la brisa que entraba por la ventana. Y, entonces, encendió realmente la luz para encontrarse con su habitual baño de bañera blanca y baldosas azules. Como siempre, las alucinaciones se habían apoderado de ella, aquel catastrofismo suyo le había dado los mayores sustos de su vida, pero llegado a un punto se había acostumbrado. Cada día las escenas más macabras pasaban fugaces por su mente para dejar paso al momento a una realidad rutinaria y absolutamente normal que, a veces, se le antojaba aburrida. Pero al fin y al cabo, aquella era su realidad.

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